Roma había nacido como una pequeña aldea en la que, en sus distintas colinas, se asentaron diferentes tribus que, con el paso del tiempo, llegarían a formar el mayor de los imperios de la antigüedad en el Mediterráneo. Si bien, el mito nos cuenta que su fundación su produjo un 21 de abril del 753 a.C. por los gemelos Rómulo y Remo, la arqueología nos muestra otra realidad quizás no tan heroica. Esta incipiente ciudad nacida del mito, irá pasando por una serie de etapas, comenzando por Monarquía, a la que siguió la Republica hasta llegar al Imperio. Etapas que discurrieron en marco temporal de un millar de años con no pocos cambios y conflictos, y que, tras la caída el Imperio de Occidente continuó 10 siglos más en Oriente.
La República había nacido tras la caída del último monarca Tarquinio. Aquella Monarquía, en la mentalidad romana, sería sinónimo de corrupción y de muestra de los peores vicios, por lo que su mera mención o sospecha de restitución, llegó a ser incluso del magnicidio, de Julio César. La República, por otro lado, se convirtió el ejemplo de las mayores virtudes de Roma, virtudes que representaban las cualidades que debía mostrar todo romano y que dieron a la República Romana la fuerza moral para conquistar y civilizar el mundo conocido: Clementia, Dignitia, Pietas, Ops, …
Sin embargo, la República también adolecía de ciertos defectos que serían fuente de conflictos e inestabilidades, como las que tuvieron lugar en los tiempos de los Gracos.
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